viernes, 26 de octubre de 2018

La ruta de las cascadas


A un poco más de tres horas de Quito se puede visitar la imponente cascada de San Rafael, la más alta y espectacular del país, con 150 metros de caída y 14 metros de ancho. Está ubicada muy cerca de la población El Reventador, en el límite entre las provincias de Napo y Sucumbíos.

La cascada nace de la confluencia entre los ríos Quijos y el Salado y para llegar a esta, hay que caminar unos 15 minutos desde la entrada a la reserva, donde el visitante debe registrarse pues el área forma parte del Parque Nacional Cayambe-Coca. Allí hay espacio de parqueo para los vehículos, pues se encuentra unos 200 metros bajo la carretera. El camino de acceso es adoquinado.

De ahí en adelante, el sendero se abre paso entre la vegetación hasta llegar al mirador del salto de agua. No es posible llegar al lecho mismo, pues la caída es abrupta. ¡Sin duda es un espectáculo imponente! y su duración depende del tiempo que el visitante decida dedicarle, pues el entorno es netamente natural.



San Rafael es el atractivo principal de la zona, pero no el único. A pocos metros es posible disfrutar de la naturaleza, con las comodidades que ofrece un lugar de hospedaje. Se trata de la hostería El Reventador que tiene instalaciones adecuadas para el descanso, conjugado con un entorno natural.





Enclavada en el bosque húmedo amazónico, la hostería cuenta con amplios espacios para la caminata, observación de aves, vegetación y conocimiento de la riqueza de la zona. Además, y conforme a las condiciones climáticas, permite una observación directa del volcán Reventador que se encuentra en erupción desde 2002.



Unos kilómetros antes de la población de El Reventador, en el poblado San Carlos de la parroquia Gonzalo Díaz de Pineda, del cantón El Chaco (Napo), es posible acceder a la cascada formada por las aguas del río Malo, llamada Mágica.


Con una altura de unos 50 metros, tiene una caída fuerte, generando una especie de nube de humedad que se esparce a una distancia de unos de 150 metros. El ingreso no tiene costo y demanda una caminata por terreno plano de unos 15 minutos. Hay posibilidad de estacionar los vehículos cerca de la carretera, en una propiedad privada, por lo que hay que pagar por este servicio.

El visitante puede acercarse tanto como quiera a la cascada, aunque de su coraje dependerá cuán empapado salga. No obstante, lo seguro es que renovará su energía. De ahí, el agua fluye en su cauce, habilitado en varios tramos para recibir a nadadores.


La cercanía hace de este, un espectáculo inigualable, donde se conjuga el temor y el respeto por la fuerza de la naturaleza.

El trayecto es ideal para un paseo de fin de semana y óptimo para hacerlo en dos días, incluyendo hospedaje en la zona de El Reventador o El Chaco (ubicado a alrededor de 50 km.)

Es posible acceder en transporte público, tomando buses interprovinciales que se dirijan a la provincia de Sucumbíos. La vía es asfaltada y señalizada. En el tramo posterior a El Chaco, tiene solo dos carriles.

Los servicios de alimentación son económicos y ofrecen comida típica de la zona como maitos o tilapias y conjugan el estilo alimenticio de la serranía con la de la región amazónica.

domingo, 1 de junio de 2014

Tocando el cielo, desde la cumbre del Fuya Fuya

A 4 290 metros sobre el nivel del mar está ubicada la elevación más alta del nudo de Mojanda, el Fuya Fuya, el cráter de un volcán extinto hace más de 165 mil años.
Para llegar a su cumbre es necesario emprender una caminata de mediana dificultad desde Caricocha, que se encuentra a los pies de esta elevación y a la que se puede acceder en vehículo, por un camino empedrado que sale desde Otavalo (Imbabura) y recorre alrededor de 17 kilómetros.
Caricocha (laguna macho) forma parte del complejo lacustre de Mojanda, integrado además por Warmicocha (laguna hembra) y Yanacocha (laguna negra).  Dentro de la cosmovisión indígena local estas aguas dan fecundidad al valle de Otavalo y son consideradas sagradas.
Mojanda es un área protegida de alrededor de 25 mil hectáreas, situada entre las provincias de Pichincha e Imbabura, por lo que además existe otro acceso por Malchinguí (cantón Pedro Moncayo-Pichincha).
Antes de emprender el ascenso es importante dotarse de ropa abrigada e impermeable, zapatos adecuados, líquido para hidratarse y un refrigerio.  Muchos amantes del montañismo optan por esta ruta como preparación para escalar posteriormente en nevados de mayor altitud, por lo que existen senderos trazados por donde circular a través del páramo.
La caminata se lleva a cabo en medio de un empinado pajonal que se supera luego de algo más de una hora, en que el frío colorea las mejillas del viajero, la altura vuelve más difícil su respiración y la neblina lo envuelve por momentáneamente.
Los huecos en el suelo, entre la paja, ponen la nota curiosa pues evidencian la presencia de conejos de páramo y si el visitante camina con cautela, posiblemente escuchará la asustada huida de uno de estos ejemplares que difícilmente se dejan ver gracias a su rapidez.
El tramo termina cuando aparece frente, una pared rocosa de gran altitud que obliga al caminante a treparla lentamente.   Para ello es necesario sujetarse de las piedras más firmes y salidas.  Esta es una pequeña barrera que no tarda más de 15 minutos en superarse, para lo que se requiere dominar el vértigo más que fortaleza física.
Una vez arriba el sendero continúa muy angosto, con precipicios de lado y lado, rodeado completamente de nubes que dan la idea de que el paseante camina sobre estas y escasas plantas propias de esta altitud.
Unos metros más adelante está la meta: el pico más alto del Fuya Fuya.  Allí hay un espacio semiplano para descansar del recorrido y tomar un refrigerio.  Desde allí es posible observar los alrededores, respirar aire puro e incluso cerrar los ojos e imaginar que se puede tocar el cielo con las manos.
Si el día está despejado, esta ubicación facilita mirar las ciudades, poblaciones y nevados circundantes o simplemente al brillo que producen los rayos de sol al caer sobre el agua de Caricocha.  En caso de tratarse de un día nublado, con un poco de paciencia y suerte, se puede esperar los breves segundos en que las nubes se retiran del cielo, para presenciar tan maravilloso espectáculo.
Emprender el retorno no es difícil luego de nutrirse de la energía positiva que brinda la satisfacción de haber cumplido un reto y sobre todo, estar en contacto directo con la madre naturaleza.
El descenso puede efectuarse por el mismo trayecto o bien por un camino alterno ligeramente menos empinado, pero más extenso.  Por cualquiera de las dos rutas, la geografía es similar y el viajero deberá tomar las precauciones necesarias para no resbalar en la tierra negra, propia del páramo, o en los pajonales.

Al llegar al filo de la laguna, una pequeña covacha espera a los aventureros con el delicioso olor de la fritada que se coce en una paila de bronce, el vapor de los choclos recién cosechados cocinándose en leña y el café que hierve a llama lenta.  El aroma de estos alimentos tientan hasta a quienes no están acostumbrados a identificarlos, como los turistas extranjeros, que curiosos se acercan a descifrar de dónde provienen.
Las lagunas de Mojanda además prestan las facilidades para acampar, pescar alguna de las truchas que viven en su interior, o simplemente pasar un día al aire libre.
Durante el regreso al sitio de partida es posible disfrutar de la vegetación que rodea el camino, como mora y mortiño de monte, chochos, romerillo, puma maqui, etc. y del vuelo de los colibríes, mirlos, quindes, etc.
Lastimosamente, tanto el camino como la reserva en sí, no cuenta con cuidado y/o vigilancia de las autoridades locales o nacionales, por lo que los visitantes acuden ahí bajo su propia responsabilidad y conciencia tanto social como ambiental.

domingo, 13 de abril de 2014

Tortuga Bay y el sorprendente encuentro con los tiburones

Tortuga Bay es una de las playas de la isla Santa Cruz (Galápagos), ubicada a un costado de la ciudad.  Para llegar a su hermosa arena blanca es necesario caminar alrededor de tres kilómetros por una vía habilitada para el efecto, rodeada de maravillosos cactus, pinzones, lagartijas y en general vegetación de la zona. 

A causa de la distancia es importante ir aprovisionados de suficiente líquido, pues en momentos el calor es fuerte; o obstante, el esfuerzo vale la pena.

Al final de la vía está la playa con una arena que se mantiene fría, pese a la temperatura exterior y provoca caminar sobre ella sin calzado.  Según el guía, esto se debe a que está compuesta básicamente de restos de conchas.  Sin embargo, el primer tamo del mar está vedado para los bañistas, debido a la fuerza de las olas que más bien son aprovechadas por los surfistas.  El recorrido continúa unos quince minutos más por la playa, hasta llegar al área de manglares donde se forma una pequeña bahía de aguas calmas en las que es posible bañarse, nadar, practicar snorkel, etc.

Pero antes de arribar a este sitio pudimos observar el tranquilo nado de pequeños tiburones, prácticamente a la orilla del mar.  Las límpidas aguas nos permitían observarlos nítidamente y disfrutar de un espectáculo que al principio generaba temor dados los antecedentes que tenemos de los escualos, traídos por las producciones cinematográficas en las cuales son protagonistas de ataques al ser humano.  Pero estos eran distintos.  Especies calmadas que hasta parecían sonreírnos y solo cambiaban de expresión cuando estaban a punto de chocar con los pies del intruso. (ver video adjunto)



En las partes bajas de la bahía también es posible divisar bancos de pequeños peces que cambian su curso al sentir de cerca a los visitantes, mientras a un costado se alimentaban los cangrejos con las algas impregnadas en las rocas.

Los pelícanos esperaban para atrapar su comida y de rato en rato se daban un clavado en el agua para obtenerlo.  En tanto, tres parejas de iguanas tomaban sol en la arena, sin inmutarse por lo que pase a su alrededor.


Así pasaron las horas en este divino paraje, hasta que llegó el momento de la larga caminata de retorno.



martes, 8 de abril de 2014

Las Grietas, en la isla Santa Cruz

A un costado de la ciudad de Puerto Ayora, capital de la isla Santa Cruz, está un sitio fascinante enclavado entre paredes verticales de grandes rocas volcánicas, en cuyo fondo aparece una agua azulada salobre: Las Grietas.


Para llegar a Las Grietas es necesario abordar un taxi fluvial en el muelle de Puerto Ayora, el que por menos de un dólar por pasajero, nos lleva hacia otro muelle muy cercano (menos de cinco minutos de distancia) donde se desembarca e inicia una caminata de alrededor de veinte minutos hasta el destino de llegada.

El turista generalmente tiene expectativa por lo que verá en ese sitio, no obstante durante todo el trayecto existe mucho por apreciar tanto en fauna, flora, geografía e incluso costumbres de la localidad.  El camino está señalizado adecuadamente, de tal manera que si el visitante acude sin guía, no se perderá o desviará.

Junto al muelle y a lo largo de una cuarta parte del camino se aprecian edificaciones de hoteles y viviendas particulares con aire europeo, que en general son propiedad de extranjeros que se asentaron en el lugar y en algunos casos acogen a turistas. 


A medida que avanzamos custodian la orilla de la ruta los gigantes cactus endémicos de las islas, que pueblan toda el área en cinco variedades distintas.  Su altura y forma impresionan y rompen los estereotipos de sus familiares que habitan en el territorio continental ecuatoriano.   Hay muchos tan altos, que la parte baja de su tronco (expuesto a la mirada de los caminantes) da la idea de estar cubierto por una madera barnizada y texturizada por la mano del hombre.

De estas plantas comen tranquilamente los pinzones, que solo se detienen un momento en su ajetreada labor, al sentir la mirada de los turistas o la cercanía de los lentes de las cámaras fotográficas.

Toda la ruta está diseñada sobre roca volcánica, que sirve también como bordillo del camino, por lo que se hace necesario usar calzado cerrado y con labrado para evitar lastimarse los pies.

En algunas áreas hay pequeños espacios que guardan agua de mar, ingresada durante alguna corriente alta y en cuyo alrededor creció mangle.

Mi caminar se interrumpe incesantemente debido al paso apresurado de las lagartijas, que en momentos se detienen desafiantes exhibiendo la hermosa combinación de colores en su cuerpo: café, rojo, amarillo, negro azulado, etc. y que solo huyen cuando sienten que mis manos se acercan con la cámara fotográfica.

Cuando estábamos al menos a la mitad de nuestro destino llaman la atención unos grandes espacios de agua empozada y hasta fétida, pero con bellas tonalidades rosáseas.  Se trata de piscinas de sal o salinas donde el agua marina que ingresó se evapora por la exposición al sol y deja la sal que luego será usada para “salar” el bacalao que se comercializará al continente para la elaboración de la Fanesca, platillo tradicional de consumo en la Semana Santa.

El recorrido y el calor agotan, sin embargo arribar a Las Grietas vale todo el esfuerzo.  Al llegar se lo hace a la parte superior, por lo que es necesario descender al menos unos cien metros entre gigantes rocas volcánicas.  Afortunadamente existen unas escaleras de madera adecuadas para bajar sin mayor riesgo.  Al fondo de está nos espera agua cristalina entre azulada y verdosa que deja ver las rocas de sus costados.  El gran premio del día es nadar en estas, donde también se puede hacer algo de buceo superficial (snorkel). 

El agua es relativamente fría y permite nadar con facilidad.  Al descansar sobre alguna roca y ubicarse allí sin movimiento, se puede observar a curiosos peces que se acercan a reclamar por la invasión de su espacio, pero se alejan rápidamente ante la mínima acción del intruso.


Mirar hacia arriba nos permite reconocer las maravillas de la vida y la naturaleza dispuestas en esas dos paredes verticales con rocas perfectamente adosadas, que solo dejan el espacio suficiente para la entrada del sol que da vida a esa agua prácticamente estática, pero que cambia conforme sube la marea.  Sí, el paraíso existe, y este sitio es parte de este.

domingo, 6 de abril de 2014

Crónica de un viaje turístico a Galápagos: la parte alta de Santa Cruz

Viajar en un tour tiene ciertas ventajas, una de ellas es que siempre tienes un guía a disposición, no solo para los recorridos turísticos, sino también para la logística.
Cumplidos todos los trámites necesarios para abandonar el aeropuerto de Baltra, en las islas Galápagos, te espera un guía quien a más de darte la bienvenida, te lleva a tomar uno de los buses que las compañías aéreas ponen a disposición de sus pasajeros para transportarlos desde la terminal hacia el Canal de Itabaca, en un recorrido no mayor a diez minutos sobre camino asfaltado.

En ese lugar hay que abordar un transporte fluvial para cruzar los 800 metros de mar que separan la isla Baltra de Santa Cruz y que se superan en unos siete minutos.  Una vez en tierra es necesario abordar alguno de los servicios de transporte que esperan en el lugar y nos llevan hacia el otro extremo de la isla, donde está el centro poblado y capital de la misma: Puerto Ayora.
El trayecto es por una carretera de primer orden, bastante lineal (a diferencia de las que hay en el continente) que en momentos asciende ligeramente por áreas cubiertas de vegetación exuberante que se deja ver gran parte del camino.  Llegar a Puerto Ayora toma alrededor de 45 minutos, el primer destino será el sitio de alojamiento donde es posible tomar un breve descanso, refrescarse, mudarse de ropa y almorzar, como paso previo al inicio del recorrido turístico agendado.

Parte alta de Santa Cruz y rancho Primicias

Lejos de lo que nos podríamos imaginar, en Santa Cruz existen zonas extensas dedicadas a la agricultura y ganadería que dan sustento a la población local y visitantes.  Pese a que su suelo está compuesto principalmente por roca volcánica, las partes altas de la isla (menos de mil metros sobre el nivel del mar) son tierra fértil para cultivos, introducidos desde los primeros años de su colonización.  Árboles de guayaba y maracuyá llamaron mi atención por sus frutos y aroma, así como las abundantes enredaderas de sandía. 

Hay una propiedad privada dedicada a esta actividad económica y en la cual además habitan libres varias tortugas, por lo que se ha convertido en visita obligada de los viajeros.  Se denomina Rancho Primicias, donde las tortugas caminan, comen y descansan tranquilamente bajo la mirada curiosa de los llegados, quienes no pierden la oportunidad de fotografiarse con ellas. 

Además exhiben varios caparazones de tortugas que facilitan entender su lento caminar y estructura física.  La columna vertebral está en la parte superior del caparazón, por lo que cuerpo y cubierta son uno solo.  Se puede apreciar la diferencia entre la estructura de los machos y las hembras, ya que la parte baja del caparazón es plana en las segundas y cóncava en los primeros.  Esto para que durante el apareamiento, el caparazón del macho se mantenga equilibrado sobre el de la hembra.
Además ahí es posible ingresar a un túnel de lava (una especie de caverna) formado enteramente por roca volcánica.  Iluminado para minimizar los riesgos durante un corto descenso, en su interior se miran distintas capas rocosas que están bajo el suelo y que se explican por el origen volcánico de las islas.

Los Gemelos

Situados también en la parte alta de Santa Cruz, son dos grandes hoyos a manera de cráteres, denominados Los Gemelos, cuya formación se presume fue el resultado del colapso o hundimiento de materiales superficiales dentro de fisuras o cámaras subterráneas.  Algo así como una implosión que dejó una gran circunferencia de paredes rocosas, cuyo interior fue absorbido por la tierra.  Con el paso de los años, sobre las piedras creció abundante vegetación mucha de ella introducida (como las moras de monte) que tapan el fondo del cráter. 
Es posible circundar toda el área, en una caminata por senderos previstos, durante la cual se puede observar variedad de aves y la presencia de uno de los árboles endémicos de Galápagos: la Scalesia.

Empieza a caer la noche y por tanto es hora de retornar al hotel.  Así termina el primer día en las “Islas Encantadas”. 

miércoles, 2 de abril de 2014

Crónica de un viaje turístico a Galápagos (parte uno)

El Archipiélago de Colón o provincia insular de Galápagos en un destino impensable para los ecuatorianos que gustamos de viajar.  Los días de feriado o vacaciones siempre nos hacen soñar con ir al menos a la playa, pero a la más cercana a nuestro lugar de origen, que en el caso de los quiteños es la costa de la provincia de Esmeraldas (alrededor de cinco horas de trayecto por carretera).

Sin embargo, es una constante mirar en los medios de comunicación reportajes que exhiben la belleza de ese conjunto de islas que parecerían estar muy lejos de nuestras añoranzas.  Se nos hace más cercano, económico y atractivo ir a Cartagena o Panamá, que pensar en esta lejana jurisdicción ecuatoriana ubicada a 972 km. de la costa del país y a una hora y media de Guayaquil (en avión).

El archipiélago que fue anexado a Ecuador en febrero de 1892 (bajo la presidencia de Juan José Flores), y constituido como provincia en febrero de 1973.  Es el resultado de actividad volcánica en el fondo marino, del que emergieron 13 grandes islas, seis pequeñas y 107 rocas e islotes.  De todo su territorio, apenas el tres por ciento está habitado y el 97 % restante forma parte de una reserva natural protegida.

Su variedad única en el mundo de flora y fauna le valió el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Natural de la Humanidad (1979), lo que sin duda atrae la mirada de habitantes de distintas partes del mundo, que son en su mayoría quienes la visitan permanentemente.
Con todos estos antecedentes, una simple ecuatoriana clase media como me reconozco, decidió darse la oportunidad de constatar in situ todo lo que había visto o escuchado de las Galápagos y no solo por los medios de difusión masiva, sino directamente a través de las narraciones de una de sus amigas y excompañera de trabajo, quien es originaria de este paradisíaco lugar.

La planificación de un viaje a las “Islas Encantadas” empieza varios meses antes.  Buscando ofertas de paquetes turísticas en distintas agencias de viaje, cotizando pasajes, viendo itinerarios, buscando sitios de interés por conocer y sobre todo, buscando el presupuesto necesario para cumplir con el cometido.

La idea rondó mi cabeza por un lapso mayor a un año, tiempo en el que me puse como objetivo concretarlo aprovechando un motivo especial, que en mi caso fue el aniversario número 25 de matrimonio o “Bodas de Plata”.  Por esta razón la gira, por así decirlo, tendría que ser para dos personas.

Esa antelación facilitó una planificación holgada del presupuesto, que a la hora final excedió la expectativa creada; pero ya con las maletas listas en la mente, no habría poder en el mundo que me haga retroceder.

En fin, meses antes empecé a visitar páginas web o de redes sociales de agencias de viaje que ofrecían tours, me comuniqué con varias de ellas para que me envíen sus propuestas conforme a la idea que tenía en cuanto a tiempo de estancia e islas que me interesaban conocer (o al menos aquellas que estaban dentro de mi cálculo económico).  Finalmente me decidí por una que me vendía un paquete para visitar Santa Cruz e Isabela, durante cinco días y cuatro noches en un “land tours” (recorrido en tierra), en el que estaba previsto conocer varios sitios y cumplir actividades diversas. 

Cabe aclarar que es posible visitar Galápagos en cruceros que gran parte del tiempo pasan navegando y al “fondearse” (atracar) en un puerto, desembarcan a sus pasajeros para que efectúen “land tours”.  Estos son llamados tours navegables.

Como dato adicional, personalmente consideré la opción de contratar independientemente el tour, de los pasajes de avión.  Las aerolíneas TAME, Aerogal y LAN ofrecen viajes a Galápagos tanto desde Quito como Guayaquil.  Para quien pueda abordar desde esta última ciudad, el costo del pasaje será menor.

Los paquetes de viaje generalmente son bajo el sistema todo incluido (excepto tasas establecidas para este archipiélago), y este lo era. Una vez concretado el tour, y cerca de dos meses antes de la fecha prevista de salida, adquirí prácticamente los últimos sitios en uno de los vuelos matutinos que parten desde el aeropuerto internacional de Quito.  Desde allí hasta el día de la travesía, todo fue espera, hasta que llegó la fecha señalada.

El desplazamiento hacia el aeropuerto Mariscal Sucre en Tababela es largo y algo presionado por el temor a que intenso tránsito vehicular impida una llegada a tiempo.  Afortunadamente todo se cumplió con normalidad. 

Ya en la terminal aérea, el primer paso es acudir a la ventanilla del SICGAL (Sistema de Inspección y Cuarentena de Galápagos) donde se adquiere la Tarjeta de Control de Tránsito (una especie de visa para entrar a esta provincia), a un costo de diez dólares (para viajeros nacionales).  Posteriormente todo el equipaje pasa por una revisión para prevenir que desde el continente se introduzca plagas, enfermedades o especies invasivas o introducidas que afecten la biodiversidad de las especies nativas y endémicas locales.  Una vez efectuado el mismo colocan un sello de seguridad en cada maleta.

Los siguientes pasos son los rutinarios para un viaje aéreo: ir a la ventanilla de la aerolínea, verificar su pasaje, entregar las maletas, pasar a la sala de preembarque y finalmente abordar el vuelo.

Los aviones comerciales con ruta a Galápagos siempre hacen escala en Guayaquil.  Suben y bajan pasajeros, se aprovisionan de combustible y emprenden marcha al destino final.
Una vez en las islas, nuestro vuelo aterrizó en el aeropuerto de Baltra (hay otros que pueden llegar a la isla San Cristóbal).  Luego del desembarque es necesario hacer filas distintas según el origen de los viajeros: residentes, nacionales y/o extranjeros.  Allí funcionarios revisan la Tarjeta de Control, se quedan con una parte de ella y piden conservarla en buenas condiciones hasta la salida de la provincia y recaudan una tasa de seis dólares por concepto de ingreso al Parque Nacional Galápagos (es decir toda el área protegida).  De allí la rutinaria acción de esperar el equipaje y salir con este, pero antes de hacerlo, funcionarios cortan y retiran los sellos de seguridad que fueron colocados en Quito.

Lo que sigue será motivo de una nueva entrega.

jueves, 6 de junio de 2013

Fiesta del Corpus Cristi en Pomasqui


Yumbos autóctonos provenientes de Rumichuco

Pomasqui es una parroquia rural, ubicada al norte del Distrito Metropolitano de Quito.  Es un valle semiárido fundado por clérigos en 1573.  Su población es mayoritariamente católica y sus festividades más destacadas tienen que ver con la religión.

Este 1 de junio celebraron el Corpus Cristi (Cuerpo de Cristo), una tradición católica de las culturas andinas del Ecuador que fue implantada por los conquistadores españoles para rivalizar con el Inti Raymi (ceremonia indígena en honor al sol).

Según la historia, esta fiesta se remonta al año 1192 y está destinada a celebrar la eucaristía y aumentar la fe de los creyentes en Jesucristo, simbolizado en el Santísimo Sacramento.

Una de las priostas de la fiesta
En Pomasqui se escoge con un año de anterioridad a los priostes de la fiesta quienes serán los encargados de financiar los actos que incluyen rezos de novena, celebraciones religiosas, entrega de refrigerios y un desfile con la participación de comparsas, bandas de pueblo, pirotecnia y quema de castillos.
   
El sábado 1 de junio cada prioste desfiló por las principales calles del pueblo con sus comparsas y banda de pueblo.  Durante el trayecto se encendían voladores que estallaban en el cielo con su sonido característico.


Comparsa de la Yumbada
Las comparsas tienen personajes diversos, pero los que no pueden fallar son los Guiadores o Yumbos que representan a los habitantes de la zona del noroccidente de la provincia de Pichincha.  Su danza ritual es conocida como la “matanza del yumbo”.  Mientras van por las calles bailan en círculos, en línea recta o entrecruzándose.  En sus descansos lanzan sonidos producidos por el silbido de una caja de resonancia hecha con sus manos sobre la boca.


Un "Santopadre"

Personajes singulares y no vistos antes en fiestas tradicionales del país se constituyen los “Santopadres” que visten con atuendos similares a los de los monaguillos y cubren su rostro con una capucha bicolor.  Cada uno lleva un recipiente con un brevaje que puede variar en su composición pero generalmente tiene ajo, ají, sal, agua o aguardiente.  Los Santopadres van saltando todo el tiempo y con un gran hisopo que llevan en la mano, untan en la boca de las personas descuidadas (boquiabiertas) el preparado, dejándoles un mal sabor que no pasará pronto.  Por ello quienes están de espectadores, llevan su boca tapada durante todo el evento.


El desfile llega a la plaza central donde los participantes bailan con alegría frente al público que allí se ha congregado.  Luego, y ya entrada la noche, inicia la quema de castillos al cabo de la cual se reparte comida a los participantes con lo que concluye la celebración…. hasta el año venidero.

Comparsa de los danzantes del Corpus Cristi de Pujilí
Comparsa de danzantes de Cayambe

Una de las bandas de pueblo a cuyo son danzaron los participantes
encabezados por sus respectivos priostes.
El payaso es un personaje fundamental en las fiestas populares andinas.
Su gracia  y alegría hacen el deleite de los espectadores
Comparsa de los "Santopadre"
Comparsa de "Los Pendoneros" de Imbabura
Danzantes del Corpus Cristi de Pujilí

Punto culminante del desfile: la presentaciónen la plaza central de Pomasqui, al pie de la  iglesia,
donde los "Yumbos" escenifican la danza de la matanza del cerdo.







  

domingo, 12 de mayo de 2013

Del ruido de la ciudad a la tranquilidad de un poblado subtropical, sin salir del Distrito Metropolitano

A un poco más de dos horas de Quito, por el noroccidente, está la parroquia de Pacto.  Pertenece al Distrito Metropolitano de la capital y es un poblado agrícola y ganadero apacible, de clima subtropical y que ofrece muchos atractivos para la distracción el descanso de los citadinos.

Para llegar a Pacto se toma la carretera Calacalí-Nanegalito.  Una vez en Nanegalito es necesario ir hacia la derecha por la misma ruta que lleva hacia el Museo de Sitio de Tulipe.  En realidad Tulipe y Pacto tienen una relación muy estrecha que se develará más adelante.

La alcaldía quiteña adecuó el Museo de Tulipe en el sitio donde, según las investigaciones arqueológicas, se asentó un centro ceremonial del pueblo Yumbo (quienes habitaron el sector hace aproximadamente 1 200 años).  Los yumbos plasmaron en obras monumentales sus conocimientos de astronomía, geometría, arquitectura, etc.  En su interior se puede conocer detalles de la cultura de este pueblo y observar la réplica de un petroglifo cuya versión original está en Pacto.

A unos minutos del museo está la población de Gualea.  Sus habitantes ofrecen a orillas de la carretera caña de azúcar, vinos, aguardiente y sobre todo panela.

Finalmente se llega al último destino, donde termina el camino: Pacto.  Con algo más de seis mil habitantes, esta parroquia tiene un paisaje que conjuga la vegetación de costa y sierra, la que influye en su producción.  Ahí podemos encontrar variedad de frutas tropicales, e incluso muchas poco conocidas en las grandes ciudades; así como palmito, café, guabas, maíz, plátano, yuca y principalmente la caña de azúcar que facilita la producción de sus derivados.

El pueblo en sí tiene pocas manzanas con viviendas que conjugan las casas bajas de sus primeros pobladores con casas modernas de varios pisos.  El parque central está encabezado por la iglesia y a su costado izquierdo la terminal de las cooperativas de transporte.  Todo está en calma, parecería incluso que nadie vive ahí, y es que la mayoría dedica su tiempo a sus tierras y ganado.  Claro que la vitalidad renace los domingos de feria, cuando vienen los campesinos desde los alrededores para vender sus cosechas y al mismo tiempo aprovisionarse de todo lo necesario para los días subsiguientes.

A simple vista el visitante podría desencantarse de este lugar pequeño, que no ha logrado aun desarrollarse turísticamente, pero basta con dialogar con cualquier pactense para saber que hay muchos lugares que valen la pena visitar.

Carla Freire, de apenas 19 años, nació y creció en Pacto.  Sus padres heredaron de sus abuelos una finca donde crían ganado vacuno y algunos caballos que les sirven como medio de transporte.  Ellos se dedican al cultivo de palmito y principalmente café, que luego de cosecharlo y secarlo, lo venden a una cadena de cafeterías quiteñas.  Ella cuenta que su pueblo natal está rodeado de afluentes y que cada uno de ellos tiene sendas caídas de agua dulce que se pueden aprovechar para tomar un baño.  Sitios como la cascada El Gallo de la Peña, los bados de las Piedras Yumbas, bados del río Chirapi, cascadas de la Chorrera, del Progreso, de Buenos Aires, las Mariposas, las del río Mashpi, la del Saguangal y las límpidas aguas del río Pachijal ofrecen muchas opciones de acuerdo a las posibilidades físicas y de aventura del turista, asegura esta joven mujer.

Por su recomendación nos dirigimos al a cascada de Gallo de la Peña, considerada como la de más fácil acceso, pues se llega luego de unos 15 minutos de caminata.  El río ofrece aguas cristalinas en las que nadan apacibles pequeños peces que solo se revolotean cuando entra un bañista.  Si el intruso se queda de pie un momento, puede sentir pequeños picotones provocados por estos seres acuáticos.  Todo esto en medio de una vegetación espesa, dominada por grandes hojas de plantas subtropicales.

Alrededor de un kilómetro aguas arriba, no solo se puede disfrutar el agua y la naturaleza, sino apreciar en vivo los petroglifos de los Yumbos.  Esta era un tipo de escritura realizada en piedras, basada en la utilización de círculos concéntricos, espirales y diseños antropomorfos, cuya réplica se exhibe en el museo de Tulipe.

Grandes rocas dan cuenta de los conocimientos que tenía este pueblo y cómo los proyectaba a través hace más de un siglo atrás.  Sin duda el espectador se sentirá invadido por una especie de admiración y respeto por nuestros antepasados.

Pero Pacto no es solo naturaleza sino también el esfuerzo de su gente.  Otra opción para visitar son las fincas agroturísticas, donde se puede conocer todo el proceso de la caña de azúcar, hasta convertirse en panela.  La Asociación Cumbres de Ingapi que reúne a 17 miembros, permite al visitante participar de la cosecha de la caña, extraer su jugo, filtración, cocción, moldeo de la panela o su transformación en polvo y finalmente el empacado.  Esta agrupación cuenta con un certificado de agricultura biológica, debido a las excelentes condiciones sanitarias en la siembra y cosecha de la caña y elaboración de la panela, según nos cuenta Alexis Oviedo, un adolescente hijo de uno de los miembros del gremio y quien nos sirve de guía para esta visita.

Alexis, a más de estudiar en el colegio, participa en las actividades de la finca de su padre donde a primera hora de la mañana inicia el proceso de elaboración de la panela.  Está muy entusiasmado porque a través de la Asociación, han abierto nuevos mercados.  Ahora distribuyen entre 60 y 80 quintales semanales a una comercializadora en Quito.

En busca de un sitio para descansar, el joven nos refiere que la población no cuenta con una buena infraestructura hotelera, pero existen al menos dos opciones entre las que podemos escoger: un hotel que brinda todas las facilidades (incluso televisión por cable) y unas cabañas de estilo rústico, ambas ubicadas muy cerca del parque central. 

Nos inclinamos por Cabañas Majagua compuesta pequeñas villas levantadas con materiales propios de la región.  Sus techos están cubiertos con hoja de plátano y desde sus ventanas se puede observar gran cantidad de vegetación endémica, entre las que sobresalen las plantas de la familia de las bromelias y orquídeas.

Doña Vitelia Alarcón es la propietaria de este lugar y nos atiende muy afable.  A más del hospedaje ofrece comida tradicional en su restaurante, basada en productos de la región como la yuca, el verde y palmito.  Con ellos se acompañan variados platillos como el caldo de gallina criolla, majado de maqueño, tortillas de yuca, etc.

Vitelia es una de las pioneras en el turismo de Pacto y además probablemente la artesana más destacada, pues elabora los más diversos objetos con calabaza, caña guadúa y coco.  La calabaza sirve de materia prima para confeccionar los “puros” que antiguamente eran utilizados para almacenar  agua, madurar la chicha, guardar granos, etc.  Con la caña guadua, planta típica del lugar, se elaboran cofres, ceniceros, reposteros.  Mientras que la cáscara de coco sirve para hacer pequeñas carteras, binchas para el cabello, aretes, anillos, entre otros.

Esta artesana está al tanto de las virtudes turísticas de su pueblo y da los primeros pasos, junto a un grupo de familias pactenses, en el turismo comunitario.  Cree que el potencial de esta zona y su cercanía con Quito, podría reactivar la economía, basada al momento en la agricultura y ganadería.

En Pacto se puede encontrar además variedad de especies de fauna como colibríes, loros, pájaros carpinteros, tucanes, gallinazos de cuello negro, patos silvestres, pavas de monte, golondrinas, garzas, etc.; en el río hay nutrias, peces de todos los tamaños y sobresalen las nutrias.  Su flora es abundante  y variada.

Para llegar, no es indispensable tener un vehículo propio, pues hay cuatro cooperativas de transporte interparroquial que llegan hasta allá: Otavalo, Flor del Valle, Minas o Santo Domingo.  Todas parten desde la terminal interparroquial ubicada junto a la estación del Metrobús de la Ofelia (Quito).

Los costos de estadía y alimentación son bajos en comparación a cualquier otro centro turístico, la distancia y el tiempo para llegar relativamente corto, lo que hace más atractivo este sitio para salir del ritmo de vida de la ciudad.