A un poco más de dos horas de Quito, por el noroccidente, está la
parroquia de Pacto. Pertenece al
Distrito Metropolitano de la capital y es un poblado agrícola y ganadero apacible,
de clima subtropical y que ofrece muchos atractivos para la distracción el
descanso de los citadinos.
Para llegar a Pacto se toma la
carretera Calacalí-Nanegalito. Una vez
en Nanegalito es necesario ir hacia la derecha por la misma ruta que lleva
hacia el Museo de Sitio de Tulipe. En
realidad Tulipe y Pacto tienen una relación muy estrecha que se develará más
adelante.
La alcaldía quiteña adecuó el Museo
de Tulipe en el sitio donde, según las investigaciones arqueológicas, se asentó
un centro ceremonial del pueblo Yumbo (quienes habitaron el sector hace
aproximadamente 1 200 años). Los yumbos
plasmaron en obras monumentales sus conocimientos de astronomía, geometría,
arquitectura, etc. En su interior se
puede conocer detalles de la cultura de este pueblo y observar la réplica de un
petroglifo cuya versión original está en Pacto.
A unos minutos
del museo está la población de Gualea.
Sus habitantes ofrecen a orillas de la carretera caña de azúcar, vinos,
aguardiente y sobre todo panela.
Finalmente se
llega al último destino, donde termina el camino: Pacto. Con algo más de seis mil habitantes, esta
parroquia tiene un paisaje que conjuga la vegetación de costa y sierra, la que
influye en su producción. Ahí podemos
encontrar variedad de frutas tropicales, e incluso muchas poco conocidas en las
grandes ciudades; así como palmito, café, guabas, maíz, plátano, yuca y
principalmente la caña de azúcar que facilita la producción de sus derivados.
El pueblo en
sí tiene pocas manzanas con viviendas que conjugan las casas bajas de sus
primeros pobladores con casas modernas de varios pisos. El parque central está encabezado por la iglesia
y a su costado izquierdo la terminal de las cooperativas de transporte. Todo está en calma, parecería incluso que
nadie vive ahí, y es que la mayoría dedica su tiempo a sus tierras y ganado. Claro que la vitalidad renace los domingos de
feria, cuando vienen los campesinos desde los alrededores para vender sus
cosechas y al mismo tiempo aprovisionarse de todo lo necesario para los días
subsiguientes.
A simple vista
el visitante podría desencantarse de este lugar pequeño, que no ha logrado aun
desarrollarse turísticamente, pero basta con dialogar con cualquier pactense
para saber que hay muchos lugares que valen la pena visitar.
Carla Freire,
de apenas 19 años, nació y creció en Pacto.
Sus padres heredaron de sus abuelos una finca donde crían ganado vacuno
y algunos caballos que les sirven como medio de transporte. Ellos se dedican al cultivo de palmito y
principalmente café, que luego de cosecharlo y secarlo, lo venden a una cadena
de cafeterías quiteñas. Ella cuenta que
su pueblo natal está rodeado de afluentes y que cada uno de ellos tiene sendas
caídas de agua dulce que se pueden aprovechar para tomar un baño. Sitios como la cascada El Gallo de la Peña, los
bados de las Piedras Yumbas, bados del río Chirapi, cascadas de la Chorrera, del
Progreso, de Buenos Aires, las Mariposas, las del río Mashpi, la del Saguangal
y las límpidas aguas del río Pachijal ofrecen muchas opciones de acuerdo a las
posibilidades físicas y de aventura del turista, asegura esta joven mujer.
Por su
recomendación nos dirigimos al a cascada de Gallo de la Peña, considerada como
la de más fácil acceso, pues se llega luego de unos 15 minutos de caminata. El río ofrece aguas cristalinas en las que
nadan apacibles pequeños peces que solo se revolotean cuando entra un
bañista. Si el intruso se queda de pie
un momento, puede sentir pequeños picotones provocados por estos seres acuáticos. Todo esto en medio de una vegetación espesa,
dominada por grandes hojas de plantas subtropicales.
Alrededor de un
kilómetro aguas arriba, no solo se puede disfrutar el agua y la naturaleza,
sino apreciar en vivo los petroglifos de los Yumbos. Esta era un tipo de escritura realizada en
piedras, basada en la utilización de círculos concéntricos, espirales y diseños
antropomorfos, cuya réplica se exhibe en el museo de Tulipe.
Grandes rocas
dan cuenta de los conocimientos que tenía este pueblo y cómo los proyectaba a
través hace más de un siglo atrás. Sin
duda el espectador se sentirá invadido por una especie de admiración y respeto
por nuestros antepasados.
Pero Pacto no
es solo naturaleza sino también el esfuerzo de su gente. Otra opción para visitar son las fincas
agroturísticas, donde se puede conocer todo el proceso de la caña de azúcar,
hasta convertirse en panela. La Asociación
Cumbres de Ingapi que reúne a 17 miembros, permite al visitante participar de
la cosecha de la caña, extraer su jugo, filtración, cocción, moldeo de la panela
o su transformación en polvo y finalmente el empacado. Esta agrupación cuenta con un certificado de
agricultura biológica, debido a las excelentes condiciones sanitarias en la
siembra y cosecha de la caña y elaboración de la panela, según nos cuenta
Alexis Oviedo, un adolescente hijo de uno de los miembros del gremio y quien
nos sirve de guía para esta visita.
Alexis, a más
de estudiar en el colegio, participa en las actividades de la finca de su padre
donde a primera hora de la mañana inicia el proceso de elaboración de la
panela. Está muy entusiasmado porque a
través de la Asociación, han abierto nuevos mercados. Ahora distribuyen entre 60 y 80 quintales
semanales a una comercializadora en Quito.
En busca de un
sitio para descansar, el joven nos refiere que la población no cuenta con una
buena infraestructura hotelera, pero existen al menos dos opciones entre las
que podemos escoger: un hotel que brinda todas las facilidades (incluso
televisión por cable) y unas cabañas de estilo rústico, ambas ubicadas muy
cerca del parque central.
Nos inclinamos
por Cabañas Majagua compuesta pequeñas villas levantadas con materiales propios
de la región. Sus techos están cubiertos
con hoja de plátano y desde sus ventanas se puede observar gran cantidad de
vegetación endémica, entre las que sobresalen las plantas de la familia de las bromelias
y orquídeas.
Doña Vitelia
Alarcón es la propietaria de este lugar y nos atiende muy afable. A más del hospedaje ofrece comida tradicional
en su restaurante, basada en productos de la región como la yuca, el verde y
palmito. Con ellos se acompañan variados
platillos como el caldo de gallina criolla, majado de maqueño, tortillas de
yuca, etc.
Vitelia es una
de las pioneras en el turismo de Pacto y además probablemente la artesana más
destacada, pues elabora los más diversos objetos con calabaza, caña guadúa y coco.
La calabaza sirve de materia prima para
confeccionar los “puros” que antiguamente eran utilizados para almacenar
agua, madurar la chicha, guardar granos, etc. Con la caña guadua, planta típica del lugar, se
elaboran cofres, ceniceros, reposteros. Mientras
que la cáscara de coco sirve para hacer pequeñas carteras, binchas para el
cabello, aretes, anillos, entre otros.
Esta artesana está
al tanto de las virtudes turísticas de su pueblo y da los primeros pasos, junto
a un grupo de familias pactenses, en el turismo comunitario. Cree que el potencial de esta zona y su
cercanía con Quito, podría reactivar la economía, basada al momento en la agricultura
y ganadería.
En Pacto se
puede encontrar además variedad de especies de fauna como colibríes, loros,
pájaros carpinteros, tucanes, gallinazos de cuello negro, patos silvestres,
pavas de monte, golondrinas, garzas, etc.; en el río hay nutrias, peces de
todos los tamaños y sobresalen las nutrias.
Su flora es abundante y variada.
Para llegar,
no es indispensable tener un vehículo propio, pues hay cuatro cooperativas de
transporte interparroquial que llegan hasta allá: Otavalo, Flor del Valle,
Minas o Santo Domingo. Todas parten
desde la terminal interparroquial ubicada junto a la estación del Metrobús de
la Ofelia (Quito).
Los costos de
estadía y alimentación son bajos en comparación a cualquier otro centro
turístico, la distancia y el tiempo para llegar relativamente corto, lo que
hace más atractivo este sitio para salir del ritmo de vida de la ciudad.
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