A un costado de la ciudad de Puerto
Ayora, capital de la isla Santa Cruz, está un sitio fascinante enclavado entre
paredes verticales de grandes rocas volcánicas, en cuyo fondo aparece una agua
azulada salobre: Las Grietas.
Para llegar a Las Grietas es
necesario abordar un taxi fluvial en el muelle de Puerto Ayora, el que por
menos de un dólar por pasajero, nos lleva hacia otro muelle muy cercano (menos
de cinco minutos de distancia) donde se desembarca e inicia una caminata de
alrededor de veinte minutos hasta el destino de llegada.
El turista generalmente tiene
expectativa por lo que verá en ese sitio, no obstante durante todo el trayecto
existe mucho por apreciar tanto en fauna, flora, geografía e incluso costumbres
de la localidad. El camino está
señalizado adecuadamente, de tal manera que si el visitante acude sin guía, no
se perderá o desviará.
Junto al muelle y a lo largo de una
cuarta parte del camino se aprecian edificaciones de hoteles y viviendas
particulares con aire europeo, que en general son propiedad de extranjeros que
se asentaron en el lugar y en algunos casos acogen a turistas.
A medida que avanzamos custodian la
orilla de la ruta los gigantes cactus endémicos de las islas, que pueblan toda
el área en cinco variedades distintas.
Su altura y forma impresionan y rompen los estereotipos de sus
familiares que habitan en el territorio continental ecuatoriano. Hay muchos tan altos, que la parte baja de
su tronco (expuesto a la mirada de los caminantes) da la idea de estar cubierto
por una madera barnizada y texturizada por la mano del hombre.
De estas plantas comen
tranquilamente los pinzones, que solo se detienen un momento en su ajetreada
labor, al sentir la mirada de los turistas o la cercanía de los lentes de las
cámaras fotográficas.
Toda la ruta está diseñada sobre
roca volcánica, que sirve también como bordillo del camino, por lo que se hace
necesario usar calzado cerrado y con labrado para evitar lastimarse los pies.
En algunas áreas hay pequeños espacios que guardan agua de mar, ingresada durante alguna corriente alta y en cuyo alrededor creció mangle.
Mi caminar se interrumpe incesantemente
debido al paso apresurado de las lagartijas, que en momentos se detienen
desafiantes exhibiendo la hermosa combinación de colores en su cuerpo: café,
rojo, amarillo, negro azulado, etc. y que solo huyen cuando sienten que mis
manos se acercan con la cámara fotográfica.
Cuando estábamos al menos a la mitad
de nuestro destino llaman la atención unos grandes espacios de agua empozada y
hasta fétida, pero con bellas tonalidades rosáseas. Se trata de piscinas de sal o salinas donde
el agua marina que ingresó se evapora por la exposición al sol y deja la sal
que luego será usada para “salar” el bacalao que se comercializará al
continente para la elaboración de la Fanesca, platillo tradicional de consumo
en la Semana Santa.
El recorrido y el calor agotan, sin embargo
arribar a Las Grietas vale todo el esfuerzo.
Al llegar se lo hace a la parte superior, por lo que es necesario
descender al menos unos cien metros entre gigantes rocas volcánicas. Afortunadamente existen unas escaleras de
madera adecuadas para bajar sin mayor riesgo.
Al fondo de está nos espera agua cristalina entre azulada y verdosa que
deja ver las rocas de sus costados. El
gran premio del día es nadar en estas, donde también se puede hacer algo de
buceo superficial (snorkel).
El agua es relativamente fría y permite nadar con facilidad. Al descansar sobre alguna roca y ubicarse allí sin movimiento, se puede observar a curiosos peces que se acercan a reclamar por la invasión de su espacio, pero se alejan rápidamente ante la mínima acción del intruso.
Mirar hacia arriba nos permite
reconocer las maravillas de la vida y la naturaleza dispuestas en esas dos
paredes verticales con rocas perfectamente adosadas, que solo dejan el espacio
suficiente para la entrada del sol que da vida a esa agua prácticamente
estática, pero que cambia conforme sube la marea. Sí, el paraíso existe, y este sitio es parte de
este.
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