miércoles, 2 de abril de 2014

Crónica de un viaje turístico a Galápagos (parte uno)

El Archipiélago de Colón o provincia insular de Galápagos en un destino impensable para los ecuatorianos que gustamos de viajar.  Los días de feriado o vacaciones siempre nos hacen soñar con ir al menos a la playa, pero a la más cercana a nuestro lugar de origen, que en el caso de los quiteños es la costa de la provincia de Esmeraldas (alrededor de cinco horas de trayecto por carretera).

Sin embargo, es una constante mirar en los medios de comunicación reportajes que exhiben la belleza de ese conjunto de islas que parecerían estar muy lejos de nuestras añoranzas.  Se nos hace más cercano, económico y atractivo ir a Cartagena o Panamá, que pensar en esta lejana jurisdicción ecuatoriana ubicada a 972 km. de la costa del país y a una hora y media de Guayaquil (en avión).

El archipiélago que fue anexado a Ecuador en febrero de 1892 (bajo la presidencia de Juan José Flores), y constituido como provincia en febrero de 1973.  Es el resultado de actividad volcánica en el fondo marino, del que emergieron 13 grandes islas, seis pequeñas y 107 rocas e islotes.  De todo su territorio, apenas el tres por ciento está habitado y el 97 % restante forma parte de una reserva natural protegida.

Su variedad única en el mundo de flora y fauna le valió el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Natural de la Humanidad (1979), lo que sin duda atrae la mirada de habitantes de distintas partes del mundo, que son en su mayoría quienes la visitan permanentemente.
Con todos estos antecedentes, una simple ecuatoriana clase media como me reconozco, decidió darse la oportunidad de constatar in situ todo lo que había visto o escuchado de las Galápagos y no solo por los medios de difusión masiva, sino directamente a través de las narraciones de una de sus amigas y excompañera de trabajo, quien es originaria de este paradisíaco lugar.

La planificación de un viaje a las “Islas Encantadas” empieza varios meses antes.  Buscando ofertas de paquetes turísticas en distintas agencias de viaje, cotizando pasajes, viendo itinerarios, buscando sitios de interés por conocer y sobre todo, buscando el presupuesto necesario para cumplir con el cometido.

La idea rondó mi cabeza por un lapso mayor a un año, tiempo en el que me puse como objetivo concretarlo aprovechando un motivo especial, que en mi caso fue el aniversario número 25 de matrimonio o “Bodas de Plata”.  Por esta razón la gira, por así decirlo, tendría que ser para dos personas.

Esa antelación facilitó una planificación holgada del presupuesto, que a la hora final excedió la expectativa creada; pero ya con las maletas listas en la mente, no habría poder en el mundo que me haga retroceder.

En fin, meses antes empecé a visitar páginas web o de redes sociales de agencias de viaje que ofrecían tours, me comuniqué con varias de ellas para que me envíen sus propuestas conforme a la idea que tenía en cuanto a tiempo de estancia e islas que me interesaban conocer (o al menos aquellas que estaban dentro de mi cálculo económico).  Finalmente me decidí por una que me vendía un paquete para visitar Santa Cruz e Isabela, durante cinco días y cuatro noches en un “land tours” (recorrido en tierra), en el que estaba previsto conocer varios sitios y cumplir actividades diversas. 

Cabe aclarar que es posible visitar Galápagos en cruceros que gran parte del tiempo pasan navegando y al “fondearse” (atracar) en un puerto, desembarcan a sus pasajeros para que efectúen “land tours”.  Estos son llamados tours navegables.

Como dato adicional, personalmente consideré la opción de contratar independientemente el tour, de los pasajes de avión.  Las aerolíneas TAME, Aerogal y LAN ofrecen viajes a Galápagos tanto desde Quito como Guayaquil.  Para quien pueda abordar desde esta última ciudad, el costo del pasaje será menor.

Los paquetes de viaje generalmente son bajo el sistema todo incluido (excepto tasas establecidas para este archipiélago), y este lo era. Una vez concretado el tour, y cerca de dos meses antes de la fecha prevista de salida, adquirí prácticamente los últimos sitios en uno de los vuelos matutinos que parten desde el aeropuerto internacional de Quito.  Desde allí hasta el día de la travesía, todo fue espera, hasta que llegó la fecha señalada.

El desplazamiento hacia el aeropuerto Mariscal Sucre en Tababela es largo y algo presionado por el temor a que intenso tránsito vehicular impida una llegada a tiempo.  Afortunadamente todo se cumplió con normalidad. 

Ya en la terminal aérea, el primer paso es acudir a la ventanilla del SICGAL (Sistema de Inspección y Cuarentena de Galápagos) donde se adquiere la Tarjeta de Control de Tránsito (una especie de visa para entrar a esta provincia), a un costo de diez dólares (para viajeros nacionales).  Posteriormente todo el equipaje pasa por una revisión para prevenir que desde el continente se introduzca plagas, enfermedades o especies invasivas o introducidas que afecten la biodiversidad de las especies nativas y endémicas locales.  Una vez efectuado el mismo colocan un sello de seguridad en cada maleta.

Los siguientes pasos son los rutinarios para un viaje aéreo: ir a la ventanilla de la aerolínea, verificar su pasaje, entregar las maletas, pasar a la sala de preembarque y finalmente abordar el vuelo.

Los aviones comerciales con ruta a Galápagos siempre hacen escala en Guayaquil.  Suben y bajan pasajeros, se aprovisionan de combustible y emprenden marcha al destino final.
Una vez en las islas, nuestro vuelo aterrizó en el aeropuerto de Baltra (hay otros que pueden llegar a la isla San Cristóbal).  Luego del desembarque es necesario hacer filas distintas según el origen de los viajeros: residentes, nacionales y/o extranjeros.  Allí funcionarios revisan la Tarjeta de Control, se quedan con una parte de ella y piden conservarla en buenas condiciones hasta la salida de la provincia y recaudan una tasa de seis dólares por concepto de ingreso al Parque Nacional Galápagos (es decir toda el área protegida).  De allí la rutinaria acción de esperar el equipaje y salir con este, pero antes de hacerlo, funcionarios cortan y retiran los sellos de seguridad que fueron colocados en Quito.

Lo que sigue será motivo de una nueva entrega.

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