domingo, 1 de junio de 2014

Tocando el cielo, desde la cumbre del Fuya Fuya

A 4 290 metros sobre el nivel del mar está ubicada la elevación más alta del nudo de Mojanda, el Fuya Fuya, el cráter de un volcán extinto hace más de 165 mil años.
Para llegar a su cumbre es necesario emprender una caminata de mediana dificultad desde Caricocha, que se encuentra a los pies de esta elevación y a la que se puede acceder en vehículo, por un camino empedrado que sale desde Otavalo (Imbabura) y recorre alrededor de 17 kilómetros.
Caricocha (laguna macho) forma parte del complejo lacustre de Mojanda, integrado además por Warmicocha (laguna hembra) y Yanacocha (laguna negra).  Dentro de la cosmovisión indígena local estas aguas dan fecundidad al valle de Otavalo y son consideradas sagradas.
Mojanda es un área protegida de alrededor de 25 mil hectáreas, situada entre las provincias de Pichincha e Imbabura, por lo que además existe otro acceso por Malchinguí (cantón Pedro Moncayo-Pichincha).
Antes de emprender el ascenso es importante dotarse de ropa abrigada e impermeable, zapatos adecuados, líquido para hidratarse y un refrigerio.  Muchos amantes del montañismo optan por esta ruta como preparación para escalar posteriormente en nevados de mayor altitud, por lo que existen senderos trazados por donde circular a través del páramo.
La caminata se lleva a cabo en medio de un empinado pajonal que se supera luego de algo más de una hora, en que el frío colorea las mejillas del viajero, la altura vuelve más difícil su respiración y la neblina lo envuelve por momentáneamente.
Los huecos en el suelo, entre la paja, ponen la nota curiosa pues evidencian la presencia de conejos de páramo y si el visitante camina con cautela, posiblemente escuchará la asustada huida de uno de estos ejemplares que difícilmente se dejan ver gracias a su rapidez.
El tramo termina cuando aparece frente, una pared rocosa de gran altitud que obliga al caminante a treparla lentamente.   Para ello es necesario sujetarse de las piedras más firmes y salidas.  Esta es una pequeña barrera que no tarda más de 15 minutos en superarse, para lo que se requiere dominar el vértigo más que fortaleza física.
Una vez arriba el sendero continúa muy angosto, con precipicios de lado y lado, rodeado completamente de nubes que dan la idea de que el paseante camina sobre estas y escasas plantas propias de esta altitud.
Unos metros más adelante está la meta: el pico más alto del Fuya Fuya.  Allí hay un espacio semiplano para descansar del recorrido y tomar un refrigerio.  Desde allí es posible observar los alrededores, respirar aire puro e incluso cerrar los ojos e imaginar que se puede tocar el cielo con las manos.
Si el día está despejado, esta ubicación facilita mirar las ciudades, poblaciones y nevados circundantes o simplemente al brillo que producen los rayos de sol al caer sobre el agua de Caricocha.  En caso de tratarse de un día nublado, con un poco de paciencia y suerte, se puede esperar los breves segundos en que las nubes se retiran del cielo, para presenciar tan maravilloso espectáculo.
Emprender el retorno no es difícil luego de nutrirse de la energía positiva que brinda la satisfacción de haber cumplido un reto y sobre todo, estar en contacto directo con la madre naturaleza.
El descenso puede efectuarse por el mismo trayecto o bien por un camino alterno ligeramente menos empinado, pero más extenso.  Por cualquiera de las dos rutas, la geografía es similar y el viajero deberá tomar las precauciones necesarias para no resbalar en la tierra negra, propia del páramo, o en los pajonales.

Al llegar al filo de la laguna, una pequeña covacha espera a los aventureros con el delicioso olor de la fritada que se coce en una paila de bronce, el vapor de los choclos recién cosechados cocinándose en leña y el café que hierve a llama lenta.  El aroma de estos alimentos tientan hasta a quienes no están acostumbrados a identificarlos, como los turistas extranjeros, que curiosos se acercan a descifrar de dónde provienen.
Las lagunas de Mojanda además prestan las facilidades para acampar, pescar alguna de las truchas que viven en su interior, o simplemente pasar un día al aire libre.
Durante el regreso al sitio de partida es posible disfrutar de la vegetación que rodea el camino, como mora y mortiño de monte, chochos, romerillo, puma maqui, etc. y del vuelo de los colibríes, mirlos, quindes, etc.
Lastimosamente, tanto el camino como la reserva en sí, no cuenta con cuidado y/o vigilancia de las autoridades locales o nacionales, por lo que los visitantes acuden ahí bajo su propia responsabilidad y conciencia tanto social como ambiental.

domingo, 13 de abril de 2014

Tortuga Bay y el sorprendente encuentro con los tiburones

Tortuga Bay es una de las playas de la isla Santa Cruz (Galápagos), ubicada a un costado de la ciudad.  Para llegar a su hermosa arena blanca es necesario caminar alrededor de tres kilómetros por una vía habilitada para el efecto, rodeada de maravillosos cactus, pinzones, lagartijas y en general vegetación de la zona. 

A causa de la distancia es importante ir aprovisionados de suficiente líquido, pues en momentos el calor es fuerte; o obstante, el esfuerzo vale la pena.

Al final de la vía está la playa con una arena que se mantiene fría, pese a la temperatura exterior y provoca caminar sobre ella sin calzado.  Según el guía, esto se debe a que está compuesta básicamente de restos de conchas.  Sin embargo, el primer tamo del mar está vedado para los bañistas, debido a la fuerza de las olas que más bien son aprovechadas por los surfistas.  El recorrido continúa unos quince minutos más por la playa, hasta llegar al área de manglares donde se forma una pequeña bahía de aguas calmas en las que es posible bañarse, nadar, practicar snorkel, etc.

Pero antes de arribar a este sitio pudimos observar el tranquilo nado de pequeños tiburones, prácticamente a la orilla del mar.  Las límpidas aguas nos permitían observarlos nítidamente y disfrutar de un espectáculo que al principio generaba temor dados los antecedentes que tenemos de los escualos, traídos por las producciones cinematográficas en las cuales son protagonistas de ataques al ser humano.  Pero estos eran distintos.  Especies calmadas que hasta parecían sonreírnos y solo cambiaban de expresión cuando estaban a punto de chocar con los pies del intruso. (ver video adjunto)



En las partes bajas de la bahía también es posible divisar bancos de pequeños peces que cambian su curso al sentir de cerca a los visitantes, mientras a un costado se alimentaban los cangrejos con las algas impregnadas en las rocas.

Los pelícanos esperaban para atrapar su comida y de rato en rato se daban un clavado en el agua para obtenerlo.  En tanto, tres parejas de iguanas tomaban sol en la arena, sin inmutarse por lo que pase a su alrededor.


Así pasaron las horas en este divino paraje, hasta que llegó el momento de la larga caminata de retorno.



martes, 8 de abril de 2014

Las Grietas, en la isla Santa Cruz

A un costado de la ciudad de Puerto Ayora, capital de la isla Santa Cruz, está un sitio fascinante enclavado entre paredes verticales de grandes rocas volcánicas, en cuyo fondo aparece una agua azulada salobre: Las Grietas.


Para llegar a Las Grietas es necesario abordar un taxi fluvial en el muelle de Puerto Ayora, el que por menos de un dólar por pasajero, nos lleva hacia otro muelle muy cercano (menos de cinco minutos de distancia) donde se desembarca e inicia una caminata de alrededor de veinte minutos hasta el destino de llegada.

El turista generalmente tiene expectativa por lo que verá en ese sitio, no obstante durante todo el trayecto existe mucho por apreciar tanto en fauna, flora, geografía e incluso costumbres de la localidad.  El camino está señalizado adecuadamente, de tal manera que si el visitante acude sin guía, no se perderá o desviará.

Junto al muelle y a lo largo de una cuarta parte del camino se aprecian edificaciones de hoteles y viviendas particulares con aire europeo, que en general son propiedad de extranjeros que se asentaron en el lugar y en algunos casos acogen a turistas. 


A medida que avanzamos custodian la orilla de la ruta los gigantes cactus endémicos de las islas, que pueblan toda el área en cinco variedades distintas.  Su altura y forma impresionan y rompen los estereotipos de sus familiares que habitan en el territorio continental ecuatoriano.   Hay muchos tan altos, que la parte baja de su tronco (expuesto a la mirada de los caminantes) da la idea de estar cubierto por una madera barnizada y texturizada por la mano del hombre.

De estas plantas comen tranquilamente los pinzones, que solo se detienen un momento en su ajetreada labor, al sentir la mirada de los turistas o la cercanía de los lentes de las cámaras fotográficas.

Toda la ruta está diseñada sobre roca volcánica, que sirve también como bordillo del camino, por lo que se hace necesario usar calzado cerrado y con labrado para evitar lastimarse los pies.

En algunas áreas hay pequeños espacios que guardan agua de mar, ingresada durante alguna corriente alta y en cuyo alrededor creció mangle.

Mi caminar se interrumpe incesantemente debido al paso apresurado de las lagartijas, que en momentos se detienen desafiantes exhibiendo la hermosa combinación de colores en su cuerpo: café, rojo, amarillo, negro azulado, etc. y que solo huyen cuando sienten que mis manos se acercan con la cámara fotográfica.

Cuando estábamos al menos a la mitad de nuestro destino llaman la atención unos grandes espacios de agua empozada y hasta fétida, pero con bellas tonalidades rosáseas.  Se trata de piscinas de sal o salinas donde el agua marina que ingresó se evapora por la exposición al sol y deja la sal que luego será usada para “salar” el bacalao que se comercializará al continente para la elaboración de la Fanesca, platillo tradicional de consumo en la Semana Santa.

El recorrido y el calor agotan, sin embargo arribar a Las Grietas vale todo el esfuerzo.  Al llegar se lo hace a la parte superior, por lo que es necesario descender al menos unos cien metros entre gigantes rocas volcánicas.  Afortunadamente existen unas escaleras de madera adecuadas para bajar sin mayor riesgo.  Al fondo de está nos espera agua cristalina entre azulada y verdosa que deja ver las rocas de sus costados.  El gran premio del día es nadar en estas, donde también se puede hacer algo de buceo superficial (snorkel). 

El agua es relativamente fría y permite nadar con facilidad.  Al descansar sobre alguna roca y ubicarse allí sin movimiento, se puede observar a curiosos peces que se acercan a reclamar por la invasión de su espacio, pero se alejan rápidamente ante la mínima acción del intruso.


Mirar hacia arriba nos permite reconocer las maravillas de la vida y la naturaleza dispuestas en esas dos paredes verticales con rocas perfectamente adosadas, que solo dejan el espacio suficiente para la entrada del sol que da vida a esa agua prácticamente estática, pero que cambia conforme sube la marea.  Sí, el paraíso existe, y este sitio es parte de este.

domingo, 6 de abril de 2014

Crónica de un viaje turístico a Galápagos: la parte alta de Santa Cruz

Viajar en un tour tiene ciertas ventajas, una de ellas es que siempre tienes un guía a disposición, no solo para los recorridos turísticos, sino también para la logística.
Cumplidos todos los trámites necesarios para abandonar el aeropuerto de Baltra, en las islas Galápagos, te espera un guía quien a más de darte la bienvenida, te lleva a tomar uno de los buses que las compañías aéreas ponen a disposición de sus pasajeros para transportarlos desde la terminal hacia el Canal de Itabaca, en un recorrido no mayor a diez minutos sobre camino asfaltado.

En ese lugar hay que abordar un transporte fluvial para cruzar los 800 metros de mar que separan la isla Baltra de Santa Cruz y que se superan en unos siete minutos.  Una vez en tierra es necesario abordar alguno de los servicios de transporte que esperan en el lugar y nos llevan hacia el otro extremo de la isla, donde está el centro poblado y capital de la misma: Puerto Ayora.
El trayecto es por una carretera de primer orden, bastante lineal (a diferencia de las que hay en el continente) que en momentos asciende ligeramente por áreas cubiertas de vegetación exuberante que se deja ver gran parte del camino.  Llegar a Puerto Ayora toma alrededor de 45 minutos, el primer destino será el sitio de alojamiento donde es posible tomar un breve descanso, refrescarse, mudarse de ropa y almorzar, como paso previo al inicio del recorrido turístico agendado.

Parte alta de Santa Cruz y rancho Primicias

Lejos de lo que nos podríamos imaginar, en Santa Cruz existen zonas extensas dedicadas a la agricultura y ganadería que dan sustento a la población local y visitantes.  Pese a que su suelo está compuesto principalmente por roca volcánica, las partes altas de la isla (menos de mil metros sobre el nivel del mar) son tierra fértil para cultivos, introducidos desde los primeros años de su colonización.  Árboles de guayaba y maracuyá llamaron mi atención por sus frutos y aroma, así como las abundantes enredaderas de sandía. 

Hay una propiedad privada dedicada a esta actividad económica y en la cual además habitan libres varias tortugas, por lo que se ha convertido en visita obligada de los viajeros.  Se denomina Rancho Primicias, donde las tortugas caminan, comen y descansan tranquilamente bajo la mirada curiosa de los llegados, quienes no pierden la oportunidad de fotografiarse con ellas. 

Además exhiben varios caparazones de tortugas que facilitan entender su lento caminar y estructura física.  La columna vertebral está en la parte superior del caparazón, por lo que cuerpo y cubierta son uno solo.  Se puede apreciar la diferencia entre la estructura de los machos y las hembras, ya que la parte baja del caparazón es plana en las segundas y cóncava en los primeros.  Esto para que durante el apareamiento, el caparazón del macho se mantenga equilibrado sobre el de la hembra.
Además ahí es posible ingresar a un túnel de lava (una especie de caverna) formado enteramente por roca volcánica.  Iluminado para minimizar los riesgos durante un corto descenso, en su interior se miran distintas capas rocosas que están bajo el suelo y que se explican por el origen volcánico de las islas.

Los Gemelos

Situados también en la parte alta de Santa Cruz, son dos grandes hoyos a manera de cráteres, denominados Los Gemelos, cuya formación se presume fue el resultado del colapso o hundimiento de materiales superficiales dentro de fisuras o cámaras subterráneas.  Algo así como una implosión que dejó una gran circunferencia de paredes rocosas, cuyo interior fue absorbido por la tierra.  Con el paso de los años, sobre las piedras creció abundante vegetación mucha de ella introducida (como las moras de monte) que tapan el fondo del cráter. 
Es posible circundar toda el área, en una caminata por senderos previstos, durante la cual se puede observar variedad de aves y la presencia de uno de los árboles endémicos de Galápagos: la Scalesia.

Empieza a caer la noche y por tanto es hora de retornar al hotel.  Así termina el primer día en las “Islas Encantadas”. 

miércoles, 2 de abril de 2014

Crónica de un viaje turístico a Galápagos (parte uno)

El Archipiélago de Colón o provincia insular de Galápagos en un destino impensable para los ecuatorianos que gustamos de viajar.  Los días de feriado o vacaciones siempre nos hacen soñar con ir al menos a la playa, pero a la más cercana a nuestro lugar de origen, que en el caso de los quiteños es la costa de la provincia de Esmeraldas (alrededor de cinco horas de trayecto por carretera).

Sin embargo, es una constante mirar en los medios de comunicación reportajes que exhiben la belleza de ese conjunto de islas que parecerían estar muy lejos de nuestras añoranzas.  Se nos hace más cercano, económico y atractivo ir a Cartagena o Panamá, que pensar en esta lejana jurisdicción ecuatoriana ubicada a 972 km. de la costa del país y a una hora y media de Guayaquil (en avión).

El archipiélago que fue anexado a Ecuador en febrero de 1892 (bajo la presidencia de Juan José Flores), y constituido como provincia en febrero de 1973.  Es el resultado de actividad volcánica en el fondo marino, del que emergieron 13 grandes islas, seis pequeñas y 107 rocas e islotes.  De todo su territorio, apenas el tres por ciento está habitado y el 97 % restante forma parte de una reserva natural protegida.

Su variedad única en el mundo de flora y fauna le valió el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Natural de la Humanidad (1979), lo que sin duda atrae la mirada de habitantes de distintas partes del mundo, que son en su mayoría quienes la visitan permanentemente.
Con todos estos antecedentes, una simple ecuatoriana clase media como me reconozco, decidió darse la oportunidad de constatar in situ todo lo que había visto o escuchado de las Galápagos y no solo por los medios de difusión masiva, sino directamente a través de las narraciones de una de sus amigas y excompañera de trabajo, quien es originaria de este paradisíaco lugar.

La planificación de un viaje a las “Islas Encantadas” empieza varios meses antes.  Buscando ofertas de paquetes turísticas en distintas agencias de viaje, cotizando pasajes, viendo itinerarios, buscando sitios de interés por conocer y sobre todo, buscando el presupuesto necesario para cumplir con el cometido.

La idea rondó mi cabeza por un lapso mayor a un año, tiempo en el que me puse como objetivo concretarlo aprovechando un motivo especial, que en mi caso fue el aniversario número 25 de matrimonio o “Bodas de Plata”.  Por esta razón la gira, por así decirlo, tendría que ser para dos personas.

Esa antelación facilitó una planificación holgada del presupuesto, que a la hora final excedió la expectativa creada; pero ya con las maletas listas en la mente, no habría poder en el mundo que me haga retroceder.

En fin, meses antes empecé a visitar páginas web o de redes sociales de agencias de viaje que ofrecían tours, me comuniqué con varias de ellas para que me envíen sus propuestas conforme a la idea que tenía en cuanto a tiempo de estancia e islas que me interesaban conocer (o al menos aquellas que estaban dentro de mi cálculo económico).  Finalmente me decidí por una que me vendía un paquete para visitar Santa Cruz e Isabela, durante cinco días y cuatro noches en un “land tours” (recorrido en tierra), en el que estaba previsto conocer varios sitios y cumplir actividades diversas. 

Cabe aclarar que es posible visitar Galápagos en cruceros que gran parte del tiempo pasan navegando y al “fondearse” (atracar) en un puerto, desembarcan a sus pasajeros para que efectúen “land tours”.  Estos son llamados tours navegables.

Como dato adicional, personalmente consideré la opción de contratar independientemente el tour, de los pasajes de avión.  Las aerolíneas TAME, Aerogal y LAN ofrecen viajes a Galápagos tanto desde Quito como Guayaquil.  Para quien pueda abordar desde esta última ciudad, el costo del pasaje será menor.

Los paquetes de viaje generalmente son bajo el sistema todo incluido (excepto tasas establecidas para este archipiélago), y este lo era. Una vez concretado el tour, y cerca de dos meses antes de la fecha prevista de salida, adquirí prácticamente los últimos sitios en uno de los vuelos matutinos que parten desde el aeropuerto internacional de Quito.  Desde allí hasta el día de la travesía, todo fue espera, hasta que llegó la fecha señalada.

El desplazamiento hacia el aeropuerto Mariscal Sucre en Tababela es largo y algo presionado por el temor a que intenso tránsito vehicular impida una llegada a tiempo.  Afortunadamente todo se cumplió con normalidad. 

Ya en la terminal aérea, el primer paso es acudir a la ventanilla del SICGAL (Sistema de Inspección y Cuarentena de Galápagos) donde se adquiere la Tarjeta de Control de Tránsito (una especie de visa para entrar a esta provincia), a un costo de diez dólares (para viajeros nacionales).  Posteriormente todo el equipaje pasa por una revisión para prevenir que desde el continente se introduzca plagas, enfermedades o especies invasivas o introducidas que afecten la biodiversidad de las especies nativas y endémicas locales.  Una vez efectuado el mismo colocan un sello de seguridad en cada maleta.

Los siguientes pasos son los rutinarios para un viaje aéreo: ir a la ventanilla de la aerolínea, verificar su pasaje, entregar las maletas, pasar a la sala de preembarque y finalmente abordar el vuelo.

Los aviones comerciales con ruta a Galápagos siempre hacen escala en Guayaquil.  Suben y bajan pasajeros, se aprovisionan de combustible y emprenden marcha al destino final.
Una vez en las islas, nuestro vuelo aterrizó en el aeropuerto de Baltra (hay otros que pueden llegar a la isla San Cristóbal).  Luego del desembarque es necesario hacer filas distintas según el origen de los viajeros: residentes, nacionales y/o extranjeros.  Allí funcionarios revisan la Tarjeta de Control, se quedan con una parte de ella y piden conservarla en buenas condiciones hasta la salida de la provincia y recaudan una tasa de seis dólares por concepto de ingreso al Parque Nacional Galápagos (es decir toda el área protegida).  De allí la rutinaria acción de esperar el equipaje y salir con este, pero antes de hacerlo, funcionarios cortan y retiran los sellos de seguridad que fueron colocados en Quito.

Lo que sigue será motivo de una nueva entrega.