Se
ven diablos por todos lados. Salen de las casas, caminan por las calles,
se reúnen en locales comerciales, en las esquinas o simplemente caminan todos
con una sola dirección: el parque central.
En Píllaro son
los días donde los diablos se toman la ciudad. Cada uno con su propia
personalidad y atuendo, alardea sus grandes o abundantes “cachos” que
sobresalen en las máscaras donde prima el color negro y rojo, al igual que en
sus trajes, revestidos por una capa. Cubren su cabeza con pañoletas,
sobre las cuales se colocan pelucas diversas y portan en sus manos bien sea
animales disecados o simplemente de peluche.
Del 1 al 6 de
enero de cada año, ese cantón de la provincia de Tungurahua revive la
tradicional “Diablada pillareña”, una fiesta popular que fue declarada por la
Unesco como Patrimonio Cultural Intangible del Ecuador en 2009.
Según narra
Marco Toapanta, director de una de las comparsas que participa en el evento, la
Diablada se inició el siglo pasado como una reacción de rebeldía frente a los
hacendados para los que los pillareños trabajaban en condiciones desfavorables
y quienes les daban solo un día de descanso durante el año, el 1 de
enero. Es por eso que esa fecha era aprovechada para salir a las calles
disfrazarse como diablos (emulando a sus patrones) y danzar celebrando su
asueto.
Marco está
consciente que se manejan otras teorías respecto del origen de esta fiesta, no
obstante, asegura que esta versión es la real pues se trata de la que escuchó
de boca de sus abuelos desde niño, quienes a su vez narraban que así se lo
contaron sus ascendientes.
La celebración
empieza con el sanjuanito “Píllaro Viejo” interpretado por la banda de pueblo,
a cuyo son bailan los diablos y diablas, acompañados de las “Guarichas” que
representan a las “carishinas” (palabra quichua que define las mujeres
vagas o poco hacendosas) vestidas con túnica blanca, su rostro cubierto con una
máscara tejida con fibras de cola de caballo y pintada con las formas de la
cara, sombrero negro de paño al que le cuelgan cintas de varios colores, medias
del color de la piel, pañoletas decoradas sobre sus hombros que además sirven
para cargar una muñeca que simboliza su “guagua” a la que le buscan un
padre. Las carishinas coquetean con quien se cruza en su camino y
esporádicamente convidan a los espectadores a bailar o ingerir unos bocados del
licor que llevan en su mano.
También forman
parte de la comparsa los capariches (barrenderos) ataviados con su pantalón
blanco, poncho rojo, sombrero de paño negro adornado con cintas de colores y
provistos de una escoba, elaborada con ramas de árboles. Estos personajes
se abren paso entre la multitud y cumplen su tarea de limpieza para que pasen
los danzantes.
Sin embargo,
entre todos estos personajes los que se llevan la mirada y admiración del
público son los diablos. Hombres y mujeres emplean su creatividad para
lucir elaboradas máscaras de papel y cartón, en las que sobresalen cachos de
carnero, dientes de grandes peces, orejas disecadas de animales muertos, etc.
materiales usados para emular la figura del “Señor de todas las bestias”.
Visten trajes con capas o grandes alas de cartón y llevan en sus manos látigos
o animales disecados con los que asustan a los espectadores. La peluca
que cubre su cabeza en pocos casos es de material sintético, pues la mayoría
prefiere fabricarlos con características especiales usando fibras vegetales,
pieles de animales, cabello humano, etc. Los diablos danzan de una forma
muy particular, mientras suenan los acordes de la banda y, cuando éstos
terminan profieren gruñidos con los que se imponen como líderes del mal.
Dice la
tradición del lugar, que quien decide participar en la Diablada, debe hacerlo
por 12 años consecutivos, so pena de caer en desgracia. Además, aquel que
ya no va usar una máscara porque obtuvo una mejor y/o se desligará
definitivamente de la festividad, no puede destruirla. Está obligado a
donarla a otra persona que cumpla ese personaje.
Esta fiesta no
tiene carácter religioso, como ocurre con la mayoría de celebraciones del
folclor nacional. No obstante, como lo contó Carlos Guamán uno de los
“diablos”, no tiene nada que ver con culto adoración a Satanás y aclara que el
pueblo de Píllaro es mayoritariamente católico. Incluso, como reforzando
su afirmación, cuenta que antes del inicio de la fiesta, quienes desfilarán
vestidos como diablos, concurren a la iglesia a participar de la misa y
llevan las máscaras que van a lucir para que sean bendecidas.
El desfile en
este año 2013 contó con la participación de varias “partidas” o agrupaciones
inscritas previamente, 13 en total. Cada una de ellas está formada por
alrededor de una centena de personas, encabezadas por un director. El
Municipio de la ciudad acordó con los líderes de cada “partida” las normas de
su actuación, a fin de mantener la tradición intacta, impidiendo la injerencia
de rasgos culturales foráneos o el abuso en el consumo del alcohol.
Los grupos
alternan sus presentaciones durante los seis días de la festividad, desfilando
desde las 14h00 hasta cuando empieza a oscurecer. No obstante, en el
penúltimo y último día, su presencia de duplica, pues luego de un breve
descanso posterior a su primera aparición, retornan a primeras horas de la
noche con mayor ímpetu para continuar la jornada hasta cerca de la media noche.
En su actuación
se someten a un jurado que determinará la “partida” ganadora. El criterio
de calificación se basa en la presentación de la comparsa, vestuario,
originalidad, creatividad, respeto demostrado hacia el público y que sus
integrantes no se encuentren en estado etílico.
El público sin
duda, juega un papel fundamental. Esta fiesta atrae a visitantes
nacionales y extranjeros, pero además se convierte en un punto de reencuentro
familiar por el retorno a su tierra de todos aquellos pillareños que migraron a
diversos lugares del país o del extranjero.
Esta tradición
se va heredando de generación en generación, pues entre los disfrazados hay
desde niños que apenas aprendieron a caminar, hasta adultos mayores.
Santiago de
Píllaro es un cantón eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al
lugar se aprecian amplios cultivos y llaman la atención la cantidad de árboles
de peras, manzanas y claudias, frutas típicas de la zona centro del país, que
incluso crecen en los jardines de las viviendas.
Píllaro es
reconocida además por ser la tierra donde se cree que nació y creció el heroico
Rumiñahui, quien defendió a su pueblo ante la invasión española.
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